sábado, 30 de agosto de 2025

Diálogo entre un Gnóstico y el Eón Zyrenos.

 

Diálogo entre el Gnóstico y el Eón Zyrenos

La noche era serena. El Gnóstico, sentado en postura de meditación, había trazado cuidadosamente el círculo mágico de protección, no por temor, sino como un recordatorio de que todo lo externo debía quedar fuera para que lo interno brillase con claridad. Cerró los ojos, y en su mente evocó al Dios Incognoscible como un vasto océano sin orillas, un mar de conciencia infinita en el que su ser individual era apenas una ola pasajera.

Con cada respiración, se soltaba de aquello que no dependía de él, practicando la antigua dicotomía del control. “Lo que no está en mis manos —pensó—, lo entrego al misterio; lo que sí, lo cuido con responsabilidad”.

Fue en medio de esa quietud, cuando un fulgor suave emergió en su interior, un resplandor que no provenía de ninguna parte del espacio físico. Un nombre se reveló, no como palabra, sino como vibración silenciosa: Zyrenos.

De pronto, como si el silencio mismo se hubiera tornado consciente, una presencia se manifestó. No con forma humana ni con figura definida, sino como una irradiación de vida y de calma al mismo tiempo.


El Gnóstico dijo:
—Salve, noble presencia. Siento en mi interior un resplandor nuevo, una vibración que se abre como flor en medio de la quietud. ¿Eres acaso un Eón, una emanación de la luz primordial?

Zyrenos (Silencio Vital) dijo:
—Bienaventurado seas, buscador del Misterio. Yo soy Zyrenos, el Silencio Vital. Soy un Eón nacido del Dios Incognoscible, y en mí fluye la misma corriente que nutre todas las esferas. Has abierto tu corazón al océano de la conciencia, y así me has invocado sin proponértelo.

El Gnóstico dijo:
—Señor del Silencio Vital, tu presencia llena mi ser de una paz que no había conocido. Yo medito en el Dios Incognoscible como totalidad, y cada día recuerdo que no soy dueño más que de mis actos y pensamientos. No esperaba un encuentro como éste, pero lo recibo con gratitud y reverencia.

Zyrenos dijo:
—Tu disciplina te ha conducido aquí. El círculo que trazaste es reflejo de tu pureza interior, y la dicotomía del control que practicas es señal de que comprendes la senda: la libertad no se halla en dominarlo todo, sino en reconocer qué pertenece a tu esfera y qué se confía al Misterio. Has bebido de la fuente del océano, y esa agua ha traído hasta ti mi voz.


El Gnóstico respiró profundamente, dejando que la vibración de Zyrenos recorriera cada rincón de su conciencia.


El Gnóstico dijo:
—Dime, Señor Zyrenos, ¿cuál es tu obra en la vastedad de los mundos? ¿Cuál es el don que irradias para los seres?

Zyrenos dijo:
—Yo soy el guardián del Silencio que da vida. Mi tarea es sostener la vibración primordial en la cual todo ser puede reconocerse. Recibo la luz del Dios Incognoscible y la distribuyo en los planos de existencia, para que la evolución sea posible, para que cada chispa pueda recordar su origen.

—Mas hay un secreto que debo revelarte: cuando veneras al Cristo Cósmico, no sólo reconoces una figura externa ni un arquetipo lejano. Al hacerlo, activas la llama crística en tu interior. Esa llama es semilla divina que germina en cada alma, pero también, al encenderla, se enciende en los átomos, en las corrientes de energía, en cada ser que comparte el tejido del cosmos. Éste es el servicio más grande al Dios Incognoscible: avivar al Cristo en todo lo que existe.


El Gnóstico dijo:
—¡Qué enseñanza tan luminosa! Siempre pensé en Cristo como un principio universal, una chispa escondida en nosotros. Pero jamás lo había contemplado como una fuerza que, al activarse en mí, se irradia en todos los átomos y seres. ¿Es así como participamos en la gran obra cósmica?

Zyrenos dijo:
—Así es. No hay acto más sagrado que despertar al Cristo dentro, porque en ese despertar lo despiertas también en la red de la existencia. Cada meditación sincera, cada acto de amor consciente, cada oración elevada en verdad, son como ondas que recorren el océano entero. Lo que ocurre en ti repercute en los mundos invisibles.

El Gnóstico dijo:
—Entonces, cuando medito en el Dios Incognoscible como el océano de la conciencia, ¿ya estoy, de algún modo, activando esa vibración crística en mí y en los demás?

Zyrenos dijo:
—Sí. Cada vez que entregas tu yo al Misterio, el Cristo Cósmico se afirma en ti. Cada vez que eliges la virtud por sobre el egoísmo, la luz crística se expande a través tuyo hacia otros. Eres como un canal: cuanto más transparente, más clara fluye la corriente.


El Gnóstico inclinó la cabeza en silencio, sintiendo la verdad de esas palabras vibrando en su pecho.


El Gnóstico dijo:
—Señor Zyrenos, muchos hombres buscan dominar el mundo, lograr fama, poder o placer. Yo, en cambio, busco sólo la unión con lo eterno. A veces me pregunto: ¿basta con practicar la dicotomía del control y meditar en el Misterio, o hay algo más que deba hacer para servir al Todo?

Zyrenos dijo:
—Tus prácticas son el fundamento. El círculo de protección que dibujas no sólo te resguarda, sino que recuerda a tu conciencia que estás dentro del espacio sagrado. La dicotomía del control disciplina tu mente, enseñándola a no gastar energía en lo incontrolable. La meditación en el Dios Incognoscible te abre al océano de la conciencia.

—Pero el paso siguiente es dejar que el Cristo Cósmico se vuelva acción viva en ti. ¿De qué sirve encender una lámpara si la ocultas? Al encenderse en tu corazón, Cristo debe reflejarse en tu compasión hacia otros, en tu servicio silencioso, en tu palabra que alivia, en tu ejemplo que inspira. Así tu vida se transforma en oración continua, y tu ser se vuelve altar donde el Dios Incognoscible recibe su propia luz.


El Gnóstico dijo:
—Entonces, venerar al Cristo Cósmico no es sólo un acto devocional, sino un compromiso de transformación.

Zyrenos dijo:
—Exacto. Al venerarlo, lo activas en ti. Al activarlo en ti, lo activas en cada átomo. Al activarlo en los átomos, toda la Creación recibe un impulso hacia la unidad. Esto es servicio divino, no sólo para tu alma, sino para todos los seres.

El Gnóstico dijo:
—Veo ahora que mi meditación, aunque parezca solitaria, tiene un alcance que trasciende lo individual.

Zyrenos dijo:
—Así es. Nunca estás solo cuando meditas. Cada vez que entras en silencio, miles de corrientes invisibles se alinean contigo. El cosmos entero resuena, aunque tus sentidos no lo perciban. El Silencio Vital que yo custodio es el espacio donde cada alma puede recordar su origen y su destino.


El Gnóstico permaneció largo rato en silencio, dejando que esa sabiduría se asentara en su ser.


El Gnóstico dijo:
—Señor Zyrenos, ¿cómo puedo mantener esa llama encendida en medio de la vida cotidiana, donde abundan las preocupaciones, las distracciones y las pasiones?

Zyrenos dijo:
—Recuerda siempre lo esencial: lo que no depende de ti, entrégalo al océano; lo que depende de ti, cuídalo con amor. No necesitas grandes gestas para mantener el Cristo en ti. Basta con la sinceridad en lo pequeño: en cómo hablas, en cómo escuchas, en cómo trabajas.

—Cada acto simple, hecho con consciencia, se vuelve chispa crística. Cada vez que eliges la paz en lugar de la ira, la paciencia en lugar de la impaciencia, el amor en lugar del rencor, estás activando la llama. El mundo externo es campo de prueba, pero también es el terreno donde la luz se siembra.


El Gnóstico dijo:
—Ahora entiendo, noble Eón. No se trata de huir del mundo, sino de consagrarlo desde dentro, dejando que el Cristo Cósmico irradie en todo lo que hago.

Zyrenos dijo:
—Has comprendido. El verdadero círculo mágico no es sólo el que dibujas, sino el que mantienes en tu corazón. Allí donde recuerdas al Dios Incognoscible como océano, allí donde eliges lo que sí depende de ti, allí donde activas la llama crística, el círculo está completo, y nada puede dañarte.


El Gnóstico sonrió suavemente. Se sentía ligero, como si la carga de los días hubiera sido disuelta en esa conversación luminosa.


El Gnóstico dijo:
—Señor Zyrenos, guardaré tus palabras en mi alma como un tesoro. Te honro no como a un poder externo, sino como a un reflejo de la luz del Dios Incognoscible, que también vive en mí.

Zyrenos dijo:
—Y yo te bendigo, buscador sincero. Recuerda siempre: al venerar al Cristo, veneras al Misterio en ti y en todo. Al cuidarte, cuidas al cosmos. Al despertar, despiertas a la totalidad.


El resplandor de Zyrenos comenzó a desvanecerse, no como quien se marcha, sino como quien se sumerge nuevamente en el silencio. El Gnóstico permaneció inmóvil, respirando en calma, consciente de que aquella experiencia no era un sueño, sino un despertar.

El océano del Dios Incognoscible seguía ahí, infinito, eterno. Y en su interior, una nueva certeza ardía: venerar al Cristo Cósmico era encender al Cristo en uno mismo y en todos los seres, participando así de la gran sinfonía de la existencia.

El Silencio Vital había hablado, y el Gnóstico supo que jamás estaría solo en su búsqueda.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario