Diálogo
entre el Gnóstico y el Eón Atheron
En la
penumbra de su habitación, el gnóstico había dispuesto su círculo mágico de
protección. Con serenidad, se sentó en postura de meditación, cerró los ojos y
dejó que la respiración se aquietara. Su mente se abría como un lago en calma.
Una y otra vez, dejaba pasar los pensamientos como nubes, volviendo al centro
luminoso de su corazón. Su atención se elevaba hacia el Dios Incognoscible,
hacia el Cristo Cósmico y hacia su propio Espíritu Divino, buscando la unión,
la claridad y la paz.
En ese
estado, una presencia comenzó a hacerse sentir. No era una visión física, sino
una vibración suave y poderosa, como un sol interno que comenzaba a expandirse.
Una voz, no hecha de palabras, sino de luz, empezó a resonar en su interior. Y
así fue como se manifestó el Eón Atheron.
El Eón
Lord Atheron dijo:
Hijo de la Tierra, chispa del Infinito, saludo tu esfuerzo, tu constancia y tu
devoción. He respondido al llamado de tu corazón, pues tu meditación te ha
abierto a los planos sutiles donde mi irradiación se expande. No vengo a
imponerte, sino a acompañarte, a señalar con delicadeza el camino hacia tu
propia profundidad.
El
Gnóstico dijo:
Eón de luz, siento tu presencia como un amanecer que no quema, sino que
acaricia. Mi anhelo siempre ha sido acercarme al Misterio, al Dios
Incognoscible que es totalidad y océano de conciencia. Mas mi mente es
limitada, y mis esfuerzos, humanos. ¿Qué puedes enseñarme, tú que eres
irradiación pura de la Fuente?
El Eón
Lord Atheron dijo:
Tu anhelo ya es enseñanza. El movimiento de tu alma hacia lo alto es la prueba
de que la chispa divina en ti arde con intensidad. Yo no vengo a revelarte lo
que ya no esté en tu interior, sino a ayudarte a recordar. Tú eres portador de
la misma esencia que yo irradio: la luz del Dios Incognoscible y del Cristo Cósmico.
El
Gnóstico dijo:
Sé que en mí habita una chispa, una semilla, un reflejo de la divinidad. Pero
muchas veces esa chispa se oscurece con las cargas de la vida, con los apegos,
con las dudas y las pasiones. Entonces me pregunto: ¿cómo reconocer esa chispa
en todo momento? ¿Cómo vivir desde ella, sin perderme en la sombra?
El Eón
Lord Atheron dijo:
La chispa divina no se apaga, aunque parezca velada. Es como el sol tras las
nubes: su brillo permanece intacto. Para reconocerla, recuerda tres
movimientos: silencio, entrega y confianza.
—El silencio
te permite escuchar más allá del ruido de la mente.
—La entrega te libera de la ilusión de control sobre lo que no depende
de ti.
—La confianza te asegura que lo divino en ti nunca te abandona.
Tú ya
practicas la dicotomía del control, sabiendo distinguir lo que está en tu poder
de lo que no lo está. Esa es la base. Pero has de dar un paso más: confiar en
que aquello que no controlas también está sostenido por la Fuente.
El
Gnóstico dijo:
Sí… practico la dicotomía del control, recordando que mis actos y mi actitud
son míos, y que el resto pertenece a los vastos movimientos de la vida. Pero
confieso que a veces mi confianza flaquea. El mundo es turbulento, y aun en el
círculo de protección, me llegan dudas: ¿está realmente la Fuente cuidando de mí,
o debo estar siempre en guardia?
El Eón
Lord Atheron dijo:
Estar en guardia con discernimiento es sabio, mas desconfiar de la Fuente es un
peso innecesario. Tú invocas el círculo mágico para recordar que lo divino te
rodea, que la luz es tu refugio. Pero el verdadero círculo es interior: nace de
tu chispa y se expande hacia fuera. Yo mismo, como Eón, no tengo otro escudo
que esa luz.
Recuerda:
la protección no es una muralla contra enemigos, sino la irradiación de lo que
eres. Quien vive desde la chispa, irradia claridad, y las sombras no pueden
penetrar en esa vibración.
El
Gnóstico dijo:
Siento lo que dices… una muralla se puede derribar, pero una irradiación se
expande sin resistencia. Si vivo desde la chispa, nada oscuro puede dominarme.
Pero dime, Eón Atheron: ¿cómo profundizar en esa chispa? ¿Cómo
descender en ella hasta reconocer la unión plena con la Fuente?
El Eón
Lord Atheron dijo:
La chispa es como una puerta, y la llave es tu atención amorosa. Profundizar en
ella es un ejercicio constante de volver al centro, incluso en medio de la vida
diaria. No basta con la meditación en silencio: también en tus actos, en tus
palabras, en tus emociones, has de recordarla.
—Cuando
actúes, hazlo como quien enciende lámparas con su fuego interior.
—Cuando hables, deja que tus palabras nazcan de la luz que contemplas en el
silencio.
—Cuando sientas, abraza tus emociones con la claridad de la chispa, sin
reprimirlas ni dejarte arrastrar.
Entonces
descubrirás que tu vida entera se convierte en meditación, y la chispa deja de
ser un instante para volverse permanencia.
El
Gnóstico dijo:
Me conmueve tu enseñanza. La chispa no es solo para la quietud, sino también
para la acción. Y sin embargo, hay momentos en que siento distancia entre lo
divino y mi humanidad. Como si mi espíritu fuera cielo, y mi cuerpo, tierra;
como si uno mirara hacia arriba y el otro hacia abajo.
El Eón
Lord Atheron dijo:
Esa tensión es natural, hijo de la dualidad. Pero recuerda: el Cristo Cósmico
une cielo y tierra, espíritu y materia, eternidad y tiempo. Tú participas de
esa unión. No hay oposición entre tu cuerpo y tu espíritu: el cuerpo es
vehículo, el espíritu es esencia. No los enfrentes, intégralos.
En la
chispa, ambos se encuentran: es espíritu encarnado, y materia iluminada. Allí
no hay división, sino danza.
El
Gnóstico dijo:
Hablas del Cristo Cósmico como de una fuerza unificadora. Yo lo invoco en mis
meditaciones, lo contemplo como puente entre lo Incognoscible y lo humano. Pero
muchas veces lo siento lejano, demasiado vasto. ¿Cómo acercarme más a Él?
El Eón
Lord Atheron dijo:
El Cristo Cósmico no está lejos. Él es el ritmo mismo de tu chispa. Cuando tu
corazón se abre al amor, cuando tu mente se ilumina con la verdad, cuando tu
voluntad se armoniza con el bien, allí está el Cristo Cósmico.
No
necesitas buscarlo en los cielos, pues late en cada instante en que eliges
vivir desde la chispa. Cuando abrazas con compasión, cuando aceptas lo que no
puedes cambiar con serenidad, cuando iluminas tu entorno con paz, allí Él se
manifiesta.
El
Gnóstico dijo:
Entonces, cada vez que practico la dicotomía del control con calma, cada vez
que medito en el Dios Incognoscible con entrega, cada vez que dejo que mi
espíritu guíe mis actos… estoy ya en comunión con el Cristo Cósmico.
El Eón
Lord Atheron dijo:
Así es. La unión no es un futuro distante, sino una realidad presente que has
de reconocer. Yo, como Eón, expando esta luz en todos los planos. Pero la luz
no se impone: se ofrece. Quienes despiertan, como tú, la reciben con más
plenitud. Y tú, a su vez, la expandes a quienes te rodean, aunque no lo
adviertan conscientemente.
El
Gnóstico dijo:
Entonces cada meditación, cada oración, cada acto de bondad, no es solo mío,
sino que participa en la expansión de esa irradiación cósmica.
El Eón
Lord Atheron dijo:
Exacto. Tu chispa se une a la mía, y ambas al océano. Así el cosmos entero se
ilumina poco a poco. Ningún esfuerzo es inútil, ningún instante de conciencia
se pierde.
El
Gnóstico dijo:
Me siento agradecido, Atheron. Tu visita me da fuerza para seguir. Ahora
comprendo que la chispa es puerta, círculo y sendero. Que el Dios Incognoscible
habita en mí como en todo, y que el Cristo Cósmico no es distante, sino presente.
El Eón
Lord Atheron dijo:
Así es, hijo de la eternidad. Recuerda: no busques la chispa en otro lugar,
sino en tu interior. Profundiza en ella cada día, en el silencio y en la
acción. Entonces, incluso cuando mi voz no resuene explícitamente, sabrás que
estoy contigo, pues yo vivo en la misma luz que tú.
El
gnóstico permaneció en silencio. No había ya palabras, sino un estado de
comunión. El círculo mágico que lo rodeaba no era ya un límite, sino un
recordatorio de la infinita irradiación que brotaba de su corazón. La presencia
de Atheron se fue diluyendo como el amanecer que se funde con el día, pero la
luz permanecía dentro de él.
Respiró
hondo, abrió los ojos, y sonrió. Había recibido no solo palabras, sino
confirmación: la chispa divina era su herencia, su guía y su destino.
Y con ese
recuerdo, continuó su camino en la vida cotidiana, sabiendo que cada acto podía
ser irradiación del Dios Incognoscible y del Cristo Cósmico, a través de su
propio espíritu.
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