domingo, 23 de febrero de 2025

OH ABRAXAS ¡NO QUIERO SER UN NIÑO ENVEJECIDO!

 

Oh Abraxas No quiero ser un niño envejecido

A los diez años, creía que el mundo pertenecía a los adultos. Ellos eran los dueños del tiempo, los guardianes del dinero, los arquitectos del destino. Podían hacer lo que quisieran: fumar con aires de superioridad, beber como si el mundo les perteneciera, ir a donde desearan sin pedir permiso. Y, sobre todo, podían aplastarnos con su poder indomable.

Los mirábamos desde abajo, con la certeza de que eran dioses inalcanzables. ¿Cómo no creerlo? Ellos decidían todo, regulaban nuestros horarios, controlaban nuestras acciones y nos imponían normas que parecían dictadas por un orden supremo. Nos decían que la vida era seria, que la infancia era solo una etapa de preparación, que cuando creciéramos seríamos como ellos, responsables, sabios, serenos. No cuestionábamos esa promesa; solo esperábamos el día en que también cruzaríamos esa línea invisible que separaba la niñez de la adultez, el día en que tendríamos el control.

Ahora sé que todo era un engaño. Con los años, la ilusión se desmorona. La adultez no es la tierra prometida de la seguridad ni del control absoluto. No hay adultos en realidad, solo niños envejecidos, disfrazados de seriedad, interpretando un papel que nadie les enseñó realmente a representar. Se esconden detrás de sus rutinas, de sus trabajos, de sus compromisos, pero en el fondo siguen siendo los mismos niños asustados que una vez fuimos todos.

Los adultos desean lo que no tienen. Como los niños en el recreo, miran con anhelo el juguete del otro, convencidos de que sería la clave de su felicidad. Quieren el trabajo del vecino, la pareja del amigo, la vida que se proyecta en las redes sociales. Corren detrás de espejismos, creyendo que el próximo logro, la próxima compra, la próxima conquista les dará la paz que buscan. Pero la paz nunca llega, porque nunca aprendieron a jugar con lo que tienen, solo a desear lo ajeno.

Tienen miedo de todo. A los diez años, nos imaginábamos que los adultos no temían nada, que sabían cómo manejar cualquier situación. Sin embargo, la verdad es otra: tienen miedo al futuro, miedo al fracaso, miedo a la soledad, miedo a ser descubiertos en su fragilidad. Se aferran a sus rutinas como a un salvavidas, tratando de mantener la ilusión de control. Pero la vida es impredecible, y cuando la tormenta llega, tiemblan como niños en la oscuridad.

Obedecen siempre a alguien. Creíamos que la adultez nos daría libertad absoluta, que podríamos decidir sobre nuestra vida sin restricciones. Pero el mundo está lleno de jerarquías invisibles, de normas no escritas, de presiones que nos obligan a ceder, a conformarnos, a seguir órdenes sin cuestionarlas. Se obedece al jefe, a la pareja, a la sociedad, a las expectativas impuestas. Muy pocos se atreven a desafiar el sistema, a tomar las riendas de su destino con verdadera autonomía.

No disponen de su existencia. La infancia es una espera constante de lo que vendrá, de los permisos que aún no se han concedido. Pero en la adultez, descubrimos que seguimos esperando: el fin de semana, las vacaciones, la jubilación, el momento perfecto para empezar a vivir. Y mientras tanto, la vida se nos escapa entre los dedos, sin que nos demos cuenta. Creemos que poseemos nuestro tiempo, pero en realidad, está hipotecado a un sinfín de obligaciones y preocupaciones.

Lloran por cualquier cosa, pero no son valientes como lo fueron a los diez años. Un niño llora abiertamente, sin vergüenza, sin reservas. Se permite sentir y expresar su dolor. Pero los adultos lloran en silencio, en la oscuridad, cuando nadie los ve. Han aprendido a reprimir, a ocultar, a fingir que todo está bien. Sin embargo, la tristeza no desaparece; se instala en los rincones del alma, en forma de insatisfacción, de cansancio, de una angustia sorda que nunca se disipa por completo.

No hay adultos invencibles, solo niños con arrugas y responsabilidades. Niños que aún esperan que alguien venga a decirles qué hacer, que siguen anhelando el consuelo de una voz materna, que buscan refugio en distracciones porque enfrentarse a la vida de frente les resulta insoportable.

Y cuando la noche cae, cuando el ruido del mundo se apaga y no hay más testigos, lloran. Lloran en la soledad de sus habitaciones, en los baños de las oficinas, en los coches detenidos en un semáforo. Lloran porque la adultez no era lo que esperaban, porque no saben cómo arreglar el caos de sus vidas, porque siguen sintiéndose pequeños en un mundo demasiado grande.

La gran verdad es que nunca dejamos de ser niños. Solo aprendemos a disimularlo mejor.

La vida de un niño envejecido es una existencia atrapada en la ilusión del control, la dependencia emocional y el miedo a lo desconocido. Es la vida de aquellos que, aunque han crecido en cuerpo, no han madurado en espíritu. Siguen esperando que alguien los guíe, que el destino les conceda aquello que desean sin esfuerzo consciente, que las respuestas vengan desde afuera. Sin embargo, el despertar no ocurre en la pasividad. Se requiere valentía para cruzar el umbral, abandonar la infancia perpetua y tomar las riendas de la propia existencia. Para ello, es necesario desarrollar la autonomía, el pensamiento crítico, el trabajo inteligente y, sobre todo, la armonía entre lo espiritual y lo material.

Uno de los caminos más poderosos para este despertar es la meditación en Dios Abraxas, el gran Océano de la Conciencia. Abraxas no es solo una deidad, sino una fuerza arquetípica que integra la luz y la sombra, la creación y la destrucción, lo divino y lo terrenal. Meditar en Él es sumergirse en la totalidad de la existencia, trascender las dicotomías limitantes y encontrar la unidad en la multiplicidad.

Meditación en Dios Abraxas

Para liberarnos del niño envejecido que aún habita en nosotros, es fundamental entrar en un estado profundo de conexión con la Conciencia Universal. La meditación en Dios Abraxas nos permite expandir la mente, disolver los miedos y fortalecer el espíritu con sabiduría y determinación.

Paso 1: Preparación Busca un lugar tranquilo donde no seas interrumpido. Siéntate con la columna erguida y relaja tu cuerpo. Cierra los ojos y respira profundamente varias veces. Permite que cada exhalación disuelva las tensiones acumuladas. Siente que te desprendes de las preocupaciones, del ruido mental, de la necesidad de complacer a los demás.

Paso 2: El Mantra Repite mentalmente o en voz baja el mantra sagrado:

Om alabanza a Dios Abraxas, Océano de la Conciencia.

Con cada repetición, siente que tu mente se expande, que tu ser se llena de la presencia de Abraxas. Imagina un océano infinito de luz y sombra, en el que todos los opuestos se funden en unidad. No hay separación, no hay conflicto: solo existencia pura y total.

Paso 3: Integración de la Conciencia Visualiza a Abraxas en su forma simbólica: un ser que encarna la dualidad y la síntesis, con cabeza de gallo, cuerpo humano y piernas de serpiente. Observa cómo su energía fluye dentro de ti, despertando la sabiduría dormida. Permite que esta imagen se disuelva gradualmente hasta que solo quede una sensación de vastedad y plenitud.

Paso 4: Regreso Consciente Lentamente, vuelve a la realidad ordinaria. Mantén la conciencia expandida y la paz interior. Abre los ojos y respira profundamente. Lleva contigo la energía de Abraxas al mundo cotidiano.

Pensar por Uno Mismo

El niño envejecido obedece sin cuestionar, se aferra a las creencias heredadas, teme explorar nuevas ideas. La madurez real implica aprender a pensar por uno mismo, a filtrar la información, a desarrollar un criterio propio. Pregúntate:

  • ¿Esta creencia me sirve o me limita?
  • ¿Estoy actuando por convicción o por inercia?
  • ¿Mis decisiones son auténticas o están influenciadas por el miedo al juicio ajeno?

El pensamiento independiente no significa cerrarse al conocimiento externo, sino integrarlo de manera crítica. Significa escuchar diversas perspectivas, contrastarlas con la propia experiencia y extraer conclusiones propias.

Llevar los Proyectos Adelante con Trabajo Inteligente

Para trascender el infantilismo perpetuo, es esencial tomar acción. Los sueños sin ejecución son castillos de arena arrastrados por el viento. La clave no es solo el esfuerzo, sino el trabajo inteligente.

  • Planificación Estratégica: Define objetivos claros y realistas. Divide los proyectos en pasos alcanzables.
  • Gestión del Tiempo: Dedica cada día a actividades que te acerquen a tus metas. Evita la procrastinación y las distracciones innecesarias.
  • Disciplina y Adaptabilidad: Mantente firme en tu camino, pero flexible ante los cambios. Aprende a ajustar tus planes sin perder la dirección.

El niño envejecido se rinde ante la primera dificultad; el adulto consciente persiste con sabiduría y paciencia.

Buscar la Armonía en lo Espiritual y lo Material

La vida no se trata de elegir entre lo mundano y lo trascendental, sino de integrarlos. Un error frecuente es creer que la espiritualidad exige renunciar a la materia o que el éxito material está reñido con la conexión interior. La verdadera madurez consiste en encontrar equilibrio.

  • En lo Espiritual: Medita, reflexiona, cultiva la paz interior. Mantente en contacto con tu esencia, sin perderte en la superficialidad del mundo externo.
  • En lo Material: Trabaja con excelencia, administra bien tus recursos, disfruta de los frutos de tu esfuerzo. No es necesario vivir en privaciones para desarrollar el espíritu.

Abraxas nos enseña que la totalidad no excluye ninguna parte. No somos solo seres físicos ni solo seres espirituales: somos ambas cosas a la vez. La clave es la integración consciente.

Conclusión

Dejar de ser un niño envejecido es un proceso de autotransformación profunda. No ocurre de la noche a la mañana, pero cada paso en la dirección correcta nos acerca a la plenitud. A través de la meditación en Abraxas, aprendemos a expandir nuestra conciencia y abrazar la totalidad de la existencia. Al pensar por nosotros mismos, rompemos las cadenas del conformismo y tomamos las riendas de nuestra vida. Al trabajar con inteligencia y persistencia, materializamos nuestros proyectos y creamos un mundo que refleje nuestra visión.

La adultez verdadera no se mide por la edad, sino por la capacidad de vivir con autenticidad, propósito y equilibrio. Al integrar lo espiritual y lo material, encontramos la armonía que nos permite vivir plenamente.

Que el mantra nos guíe:

Om alabanza a Dios Abraxas, Océano de la Conciencia.

Que cada repetición nos recuerde nuestra verdadera naturaleza: seres completos, capaces, libres. Que nuestra existencia no sea un eco de miedos infantiles, sino una afirmación de la fuerza y la sabiduría que llevamos dentro. La vida nos pertenece. Es momento de vivirla.

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