Oh Abraxas No quiero ser un niño envejecido
A los diez años, creía que el mundo pertenecía a los adultos. Ellos eran los
dueños del tiempo, los guardianes del dinero, los arquitectos del destino.
Podían hacer lo que quisieran: fumar con aires de superioridad, beber como si
el mundo les perteneciera, ir a donde desearan sin pedir permiso. Y, sobre
todo, podían aplastarnos con su poder indomable.
Los mirábamos desde abajo, con la certeza de que eran dioses inalcanzables.
¿Cómo no creerlo? Ellos decidían todo, regulaban nuestros horarios, controlaban
nuestras acciones y nos imponían normas que parecían dictadas por un orden
supremo. Nos decían que la vida era seria, que la infancia era solo una etapa
de preparación, que cuando creciéramos seríamos como ellos, responsables,
sabios, serenos. No cuestionábamos esa promesa; solo esperábamos el día en que
también cruzaríamos esa línea invisible que separaba la niñez de la adultez, el
día en que tendríamos el control.
Ahora sé que todo era un engaño. Con los años, la ilusión se desmorona. La
adultez no es la tierra prometida de la seguridad ni del control absoluto. No
hay adultos en realidad, solo niños envejecidos, disfrazados de seriedad,
interpretando un papel que nadie les enseñó realmente a representar. Se
esconden detrás de sus rutinas, de sus trabajos, de sus compromisos, pero en el
fondo siguen siendo los mismos niños asustados que una vez fuimos todos.
Los adultos desean lo que no tienen. Como los niños en el recreo, miran con
anhelo el juguete del otro, convencidos de que sería la clave de su felicidad.
Quieren el trabajo del vecino, la pareja del amigo, la vida que se proyecta en
las redes sociales. Corren detrás de espejismos, creyendo que el próximo logro,
la próxima compra, la próxima conquista les dará la paz que buscan. Pero la paz
nunca llega, porque nunca aprendieron a jugar con lo que tienen, solo a desear
lo ajeno.
Tienen miedo de todo. A los diez años, nos imaginábamos que los adultos no
temían nada, que sabían cómo manejar cualquier situación. Sin embargo, la
verdad es otra: tienen miedo al futuro, miedo al fracaso, miedo a la soledad,
miedo a ser descubiertos en su fragilidad. Se aferran a sus rutinas como a un
salvavidas, tratando de mantener la ilusión de control. Pero la vida es impredecible,
y cuando la tormenta llega, tiemblan como niños en la oscuridad.
Obedecen siempre a alguien. Creíamos que la adultez nos daría libertad
absoluta, que podríamos decidir sobre nuestra vida sin restricciones. Pero el
mundo está lleno de jerarquías invisibles, de normas no escritas, de presiones
que nos obligan a ceder, a conformarnos, a seguir órdenes sin cuestionarlas. Se
obedece al jefe, a la pareja, a la sociedad, a las expectativas impuestas. Muy
pocos se atreven a desafiar el sistema, a tomar las riendas de su destino con
verdadera autonomía.
No disponen de su existencia. La infancia es una espera constante de lo que
vendrá, de los permisos que aún no se han concedido. Pero en la adultez,
descubrimos que seguimos esperando: el fin de semana, las vacaciones, la
jubilación, el momento perfecto para empezar a vivir. Y mientras tanto, la vida
se nos escapa entre los dedos, sin que nos demos cuenta. Creemos que poseemos
nuestro tiempo, pero en realidad, está hipotecado a un sinfín de obligaciones y
preocupaciones.
Lloran por cualquier cosa, pero no son valientes como lo fueron a los diez
años. Un niño llora abiertamente, sin vergüenza, sin reservas. Se permite
sentir y expresar su dolor. Pero los adultos lloran en silencio, en la
oscuridad, cuando nadie los ve. Han aprendido a reprimir, a ocultar, a fingir
que todo está bien. Sin embargo, la tristeza no desaparece; se instala en los
rincones del alma, en forma de insatisfacción, de cansancio, de una angustia
sorda que nunca se disipa por completo.
No hay adultos invencibles, solo niños con arrugas y responsabilidades.
Niños que aún esperan que alguien venga a decirles qué hacer, que siguen
anhelando el consuelo de una voz materna, que buscan refugio en distracciones
porque enfrentarse a la vida de frente les resulta insoportable.
Y cuando la noche cae, cuando el ruido del mundo se apaga y no hay más
testigos, lloran. Lloran en la soledad de sus habitaciones, en los baños de las
oficinas, en los coches detenidos en un semáforo. Lloran porque la adultez no
era lo que esperaban, porque no saben cómo arreglar el caos de sus vidas,
porque siguen sintiéndose pequeños en un mundo demasiado grande.
La gran verdad es que nunca dejamos de ser niños. Solo aprendemos a
disimularlo mejor.
La vida
de un niño envejecido es una existencia atrapada en la ilusión del control, la
dependencia emocional y el miedo a lo desconocido. Es la vida de aquellos que,
aunque han crecido en cuerpo, no han madurado en espíritu. Siguen esperando que
alguien los guíe, que el destino les conceda aquello que desean sin esfuerzo
consciente, que las respuestas vengan desde afuera. Sin embargo, el despertar
no ocurre en la pasividad. Se requiere valentía para cruzar el umbral,
abandonar la infancia perpetua y tomar las riendas de la propia existencia.
Para ello, es necesario desarrollar la autonomía, el pensamiento crítico, el
trabajo inteligente y, sobre todo, la armonía entre lo espiritual y lo
material.
Uno de
los caminos más poderosos para este despertar es la meditación en Dios Abraxas,
el gran Océano de la Conciencia. Abraxas no es solo una deidad, sino una fuerza
arquetípica que integra la luz y la sombra, la creación y la destrucción, lo
divino y lo terrenal. Meditar en Él es sumergirse en la totalidad de la
existencia, trascender las dicotomías limitantes y encontrar la unidad en la
multiplicidad.
Meditación en Dios Abraxas
Para
liberarnos del niño envejecido que aún habita en nosotros, es fundamental
entrar en un estado profundo de conexión con la Conciencia Universal. La
meditación en Dios Abraxas nos permite expandir la mente, disolver los miedos y
fortalecer el espíritu con sabiduría y determinación.
Paso 1:
Preparación Busca un
lugar tranquilo donde no seas interrumpido. Siéntate con la columna erguida y
relaja tu cuerpo. Cierra los ojos y respira profundamente varias veces. Permite
que cada exhalación disuelva las tensiones acumuladas. Siente que te desprendes
de las preocupaciones, del ruido mental, de la necesidad de complacer a los
demás.
Paso 2:
El Mantra Repite
mentalmente o en voz baja el mantra sagrado:
Om
alabanza a Dios Abraxas, Océano de la Conciencia.
Con cada
repetición, siente que tu mente se expande, que tu ser se llena de la presencia
de Abraxas. Imagina un océano infinito de luz y sombra, en el que todos los
opuestos se funden en unidad. No hay separación, no hay conflicto: solo
existencia pura y total.
Paso 3:
Integración de la Conciencia Visualiza a Abraxas en su forma simbólica: un ser
que encarna la dualidad y la síntesis, con cabeza de gallo, cuerpo humano y
piernas de serpiente. Observa cómo su energía fluye dentro de ti, despertando
la sabiduría dormida. Permite que esta imagen se disuelva gradualmente hasta
que solo quede una sensación de vastedad y plenitud.
Paso 4:
Regreso Consciente
Lentamente, vuelve a la realidad ordinaria. Mantén la conciencia expandida y la
paz interior. Abre los ojos y respira profundamente. Lleva contigo la energía
de Abraxas al mundo cotidiano.
Pensar por Uno Mismo
El niño
envejecido obedece sin cuestionar, se aferra a las creencias heredadas, teme
explorar nuevas ideas. La madurez real implica aprender a pensar por uno mismo,
a filtrar la información, a desarrollar un criterio propio. Pregúntate:
- ¿Esta creencia me sirve o me
limita?
- ¿Estoy actuando por
convicción o por inercia?
- ¿Mis decisiones son
auténticas o están influenciadas por el miedo al juicio ajeno?
El
pensamiento independiente no significa cerrarse al conocimiento externo, sino
integrarlo de manera crítica. Significa escuchar diversas perspectivas,
contrastarlas con la propia experiencia y extraer conclusiones propias.
Llevar los Proyectos Adelante con Trabajo
Inteligente
Para
trascender el infantilismo perpetuo, es esencial tomar acción. Los sueños sin
ejecución son castillos de arena arrastrados por el viento. La clave no es solo
el esfuerzo, sino el trabajo inteligente.
- Planificación Estratégica: Define objetivos claros y
realistas. Divide los proyectos en pasos alcanzables.
- Gestión del Tiempo: Dedica cada día a
actividades que te acerquen a tus metas. Evita la procrastinación y las
distracciones innecesarias.
- Disciplina y Adaptabilidad: Mantente firme en tu
camino, pero flexible ante los cambios. Aprende a ajustar tus planes sin
perder la dirección.
El niño
envejecido se rinde ante la primera dificultad; el adulto consciente persiste
con sabiduría y paciencia.
Buscar la Armonía en lo Espiritual y lo Material
La vida
no se trata de elegir entre lo mundano y lo trascendental, sino de integrarlos.
Un error frecuente es creer que la espiritualidad exige renunciar a la materia
o que el éxito material está reñido con la conexión interior. La verdadera
madurez consiste en encontrar equilibrio.
- En lo Espiritual: Medita, reflexiona, cultiva
la paz interior. Mantente en contacto con tu esencia, sin perderte en la
superficialidad del mundo externo.
- En lo Material: Trabaja con excelencia,
administra bien tus recursos, disfruta de los frutos de tu esfuerzo. No es
necesario vivir en privaciones para desarrollar el espíritu.
Abraxas
nos enseña que la totalidad no excluye ninguna parte. No somos solo seres
físicos ni solo seres espirituales: somos ambas cosas a la vez. La clave es la
integración consciente.
Conclusión
Dejar de
ser un niño envejecido es un proceso de autotransformación profunda. No ocurre
de la noche a la mañana, pero cada paso en la dirección correcta nos acerca a
la plenitud. A través de la meditación en Abraxas, aprendemos a expandir
nuestra conciencia y abrazar la totalidad de la existencia. Al pensar por
nosotros mismos, rompemos las cadenas del conformismo y tomamos las riendas de
nuestra vida. Al trabajar con inteligencia y persistencia, materializamos
nuestros proyectos y creamos un mundo que refleje nuestra visión.
La
adultez verdadera no se mide por la edad, sino por la capacidad de vivir con
autenticidad, propósito y equilibrio. Al integrar lo espiritual y lo material,
encontramos la armonía que nos permite vivir plenamente.
Que el
mantra nos guíe:
Om
alabanza a Dios Abraxas, Océano de la Conciencia.
Que cada
repetición nos recuerde nuestra verdadera naturaleza: seres completos, capaces,
libres. Que nuestra existencia no sea un eco de miedos infantiles, sino una
afirmación de la fuerza y la sabiduría que llevamos dentro. La vida nos pertenece.
Es momento de vivirla.
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